El gimnasio

He vuelto a apuntarme al gimnasio. Este es un intento más de perder la pereza por todo y de evitar la barriga que viene de regalo a los 30. Activación física y espacio ocupado en mi horario para así obligarme a aprovechar mejor el tiempo. Y, de nuevo, en la misma situación. Con las mismas impresiones que en anteriores gimnasios.

De nuevo, me he encontrado con individuos cuya naturaleza no llego a entender. Personas dedicadas a la musculación y el culto al cuerpo de manera obsesiva. Hasta tal punto, que el ego gira en torno a su físico. Se miran a los espejos continuamente mientras hablan con algún compañero de naturaleza similar. Con conversaciones y chistes que solo a ellos no les dan vergüenza. Tratando alguno de los dos únicos temas que parece ocuparles el cerebro: dieta y follar. Algunos exponen su forma de cenar mientras el resto del gimnasio, por el volumen de voz, lo oye inevitablemente. Otros, estando casados, presumen de forma jocosa de haber tonteado o tirado alguna chica mucho más joven. El resto de la especie, siempre sonriente ante tales interesantes comentarios, muestran admiración y falsa amabilidad ayudando con los ejercicios. Ellos ayudan a los protagonistas de tales hazañas a que su vida sea mejor al menos durante las horas de gimnasio. Compañeros con entonación y vocabulario que denota serios problemas educativos. Individuos que dan miedo. Cuerpos controlados por cerebros incapaces de llegar a conclusiones propias. Impulsivos y, tristemente, productos de una sociedad que, me repito, admira estos cuerpos. No solo sus amigos, también buena parte de las mujeres. Muchas de ellas sin darse cuenta de que detrás de tales cuerpos se esconden intenciones distintas a las que esperan. De tíos cuyas relaciones sociales se basan en captar la atención y, si es posible, la admiración. Nada más. Un grupo al que se le suman con frecuencia miembros cada vez más jóvenes. Chavales con tirantes tan ajustados que permiten adivinar cuál es el su máxima en la vida.

Es triste aunque, por suerte, no todo el que me he encontrado en un gimnasio es así. Queda gente que entrena sin tener como objetivo la presunción hasta el punto de los descritos. 

Yo, por mi parte, seguiré entrenando y escuchando a estos individuos para saber qué no cenar.

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